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Espejo, cap. 89

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Espejo, cap. 89

En la Tierra…


Patrick B. Gumball parecía el único que no entraba nervioso por la nota de los exámenes. Lo único que le inquietaba mínimamente eran las posibles burlas de sus amigos o los cotilleos y etiquetas de Lucy. Pero no podía dejar entrever su sentimiento de presa fácil, o sus compañeros se convertirían en depredadores. En la primera hora, literatura, la mayoría de la clase se sorprendió al ver que la profesora se acercaba con una sonrisa y le entregaba el examen con un nueve. Rápidamente todos supusieron que había copiado, así que la sorpresa se convirtió en miradas de complicidad y risas. Él tan solo sonrió y se encogió de hombros, sin dar indicios de culpabilidad o inocencia. El quarterback ya se había hecho a la idea de que todas las clases serían igual de tranquilas, así que le pilló con la guardia baja el rojo cero que adornaba su examen de física. Extrañado, empezó a revisar la prueba, preguntándose que error debía haber cometido para que su nota chocara contra el suelo. Anonado, se dio cuenta que el número final destacaba por su rojo –lo único rojo en los tres papeles. Nada estaba tachado. No escuchó las risitas de sus amigos ni las “consolaciones” de estos; estaba tan indignado que no se lo pensó dos veces:
-¿Por qué me has suspendido? –preguntó, lo suficientemente alto para que el profesor lo oyera, mas fue ignorado.
Eso ya lo enfadó. Se puso en pie y pronunció la pregunta de nuevo, esta vez más alto, de tal forma que toda la clase enmudeció y lo miró, incluido el hombre  a quién había dirigido la pregunta. En cuanto Patrick se dio cuenta, era muy tarde para volver atrás, ya había captado la atención de todos. El profesor rio, consiguiendo que el chico ignorara de nuevo a sus compañeros.
-¿No es obvio? –empezó él-. Alguien como tú no podría haber hecho un examen tan perfecto. Y avisé de que suspendería a todo aquel que hiciera trampas.
-¡Pero no he copiado! ¡Estudié! –dijo el adolescente, a pesar que no había estudiado más de veinte minutos-.
-¿Ah, sí? Demuéstramelo –replicó el maestro-.
Compartieron una mirada desafiante antes de que el hombre se dirigiera la pizarra. El chico de pelo rosa entendió que iba a retarle, y caminó en silencio hasta ahí, dejando todo su material en la mesa, y armándose con una tiza en cuanto llegó al lugar del reto. El profesor empezó a dictarle un ejercicio que, con suerte, entendieron dos o tres alumnos de toda la clase, pero Patrick esperó paciente a que acabara, apuntando los números clave en el encerado, escondiendo una sonrisa. En cuanto el problema de física aplicada terminó, el quarterback respiró hondo, miró lo que había apuntado y empezó a escribir; desarrollando las formulas por toda la pizarra. Acabó en cinco minutos escasos y se volteó con una sonrisa de suficiencia. Todos sus compañeros y su profesor estaban boquiabiertos. Este último tuvo que aceptar que el procedimiento y resultado final eran correctos y, llevando la derrota y la sorpresa al límite, puso un uno delante del cero. Gumball soltó un pequeño “¡Toma!” antes de coger los papeles y volver a su pupitre. Sus amigos buscaron, en tono de broma pero convencidos, algún pinganillo o papelito gracias al cual el quarterback había conseguido superar el ejercicio. El chico de pelo rosa rio, satisfecho consigo mismo, y dejó que buscaran. Al fin y al cabo, la única trampa que había hecho había sido no demostrar antes esos conocimientos.

Sonó el timbre que anunciaba la libertad, y los alumnos salieron en tropel; esa jornada era conocida como el día de “sonrisas y lágrimas”. Mientras que algunos pobres infelices maldecían no haber estudiado lo suficiente, o que el profesor les tuviera manía, otros exclamaban, alegres, que tenían vía libre para ir al baile. Patrick y Marshall se cruzaron en el párking, y compartieron una mirada de complicidad que, si Lucy hubiera visto, no hubiera dudado en interrogarles para saber el motivo. Aunque apenas habían continuado su camino cuando una voz femenina y conocida gritó el nombre del popular. Si él no estuviera acostumbrado a parar placajes, ese abrazo lo hubiera tirado al suelo. Apenas podía entender sus grititos adolescentes, así que solo rio por lo bajo y la apartó suavemente, poniendo sus manos en los hombros de la rubia y le preguntó que ocurría.
-¡Lo he aprobado todo! –repitió, esta vez más calmada-. Bueno, menos mates, pero es que esa cosa es imposible. ¿A quién se le ocurrió juntar letras con números?... En todo caso, ¡muchísimas gracias! –exclamó de nuevo, volviéndolo a abrazar-. Sin ti no hubiera podido.
Patrick lo entendió entonces el porqué de la efusividad de su amiga, y le devolvió el abrazo, alegre. Fionna lo miró a los ojos al separarse de nuevo, sonriente.
-¿Y a ti que tal los exámenes? –fue su forma de preguntarle si le había hecho caso y había demostrado que sabía más de lo que parecía-.
-No he bajado del nueve –respondió, orgulloso-.
La ex-animadora dio un par de saltitos antes de chocar puños con él. El adolescente iba a comentar algo más, cuando notó las risitas y comentarios pervertidos que hacía su equipo y decidió apartarse de ella antes que rumores tontos llegaran a orejas de Lucy. La rubia se despidió de él, diciendo que ya verían en el baile, y dio media vuelta para ir a su coche. Entonces fue cuando vio a su profesor de bajo no muy lejos de ella, y fue corriendo a su encuentro.
-¡Marshy! –el chico se paró al oír el apelativo cariñoso, y se giró con una sonrisa-. ¿Por qué no has venido hoy a la hora del patio? –preguntó ella, preocupada-.
-Oh, bueno, un profesor quería hablar conmigo de…
-Entiendo –lo interrumpió ella, poniéndole una mano en el hombro-. ¿Y los exámenes?
-Aprobados –confirmó, sin saber si preguntarle a ella por los suyos por si volvía a echarse a gritar de alegría como hacía unos momentos-.
-Genial –dijo Fionna, antes de que su sonrisa se volviera algo más tímida-. ¿Vendrás esta tarde a casa? Aún tengo que recuperar clases de bajo…
-Claro –contestó él, con una sonrisa radiante-. Ya lo echaba de menos.
-Ya tengo ganas –respondió la ex-animadora-. ¿A la hora de siempre?
-Cuando quieras.
Se quedaron mirando embobados durante un par de segundos, con una sonrisa, antes de darse cuenta de que no era normal quedarse mirando así, y se despidieron de golpe, algo incómodos. Marshall se metió en su coche y miró por el retrovisor como la humana se alejaba. Estaría bien poder volver a tener un rato a solas con ella. Al pensarlo, se dio cuenta que lo añoraba más de lo que le había parecido en un principio. Sacudió la cabeza, no dejando esos pensamientos entrar, y se dirigió a su hogar provisional.

Salió de su coche ya en casa de Fionna. La verdad es que estaba siendo un buen día; hasta Patrick parecía de mejor humor que en todos los días que había pasado en su casa. Claro, que el “revelarse” como alumno de mente privilegiada debía haber supuesto un salto en su autoestima. Llamó a la puerta, con Schawelle esperando también a que la chica abriera, así que se sorprendió en un principio cuando, después de un par de minutos delante el portón, fuera Donna quién estuviera detrás de este.
-Anda, qué sorpresa, si es el hijo de Hannah.
-Mmm… Hola señora Mertins. – dijo, incómodo-.
-¿Qué te trae por aquí? – replicó ella, ignorando el hecho de que el adolescente la llamó “señora”-.
-He quedado con Fionna.
Donna le echó una mirada pícara y dijo:
-Aaaah… Entiendo. Pasa, querido.
Le permitió pasar al salón y le indicó que esperara, que Fionna se estaba duchando y que bajaría enseguida. Seguidamente, se sumergieron en un silencio incómodo y, para romper el hielo, Donna dijo con cierta curiosidad:
-¿Qué es eso que llevas en la espalda?
-Ah, es mi bajo. Le doy clases a Fi.
Donna se rio a carcajadas.
-Ay, dios… ¡Qué risa! Mi Fionna nunca querría aprender a tocar algo tan bajo como el bajo – sonando con retintín en la palabra bajo y demostrando un claro orgullo materno-.
Antes de que Marshall pudiera protestar, indignado, oyeron los saltos de Fionna bajando las escaleras. El bajista se quedó sin palabras al ver lo guapa que estaba. Aun tenía el pelo mojado recogido en una coleta baja por encima del hombro, llevaba unos pantalones de chándal grises y una sudadera del equipo del instituto que le quedaba enorme. A Donna le pareció un insulto al estilo, pero Marshall nunca había visto semejante perfección. Ashley nunca se quitaba el maquillaje, así que la belleza natural de Fionna lo encandiló de nuevo. Fi le sonrió y ambos se sonrojaron levemente. Entonces, Donna rompió el silencio.
-¡Por favor, Fionna! Si sabes que va a venir tu chico deberías arreglarte aunque sea un poco. Así me da vergüenza ser tu madre – finalizó con un gesto dramático.
Las mejillas de los adolescentes ardieron de vergüenza. Empezaron a balbucear cosas como “Él no…”, “nosotros no somos…”, “Ella y yo solo…” y demás palabrería sin sentido para la diseñadora, la cual, dada sus dotes de madre, se dio cuenta enseguida de lo que sentían el uno por el otro.
-¡Solo viene a darme clases de bajo, mamá! – protestó la chica.
-Soy tu madre, no cuela que venga un chico a casa para hacerte clases. Y encima de bajo, ya son ganas de no pensar una excusa… -los adolescentes fueron a replicar cuando la mujer continuó divagando-. Aunque, ¿no estuvo Patrick aquí hace un par de días con una excusa similar? –Fionna se tapó la cara con las manos, exasperada, sabiendo que no iba a creerla si intentaba explicarse, así que decidió bajar las escaleras, coger la mano de Marshall y empezar a irse de la entrada-.
-Estaremos en la sala del piano –anunció, antes de desaparecer por completo de la vista de la mujer -.

Donna apareció por la puerta interrumpiendo por segunda vez un momento de sonrisas cómplices entre los dos adolescentes. Estaba algo molesta ya que la primera vez que se había acercado a curiosear, había visto a su hija empezando a tocar algunos acordes, y se había visto tentada de ir y decir que no iba a haber más clases. ¿Cómo podía alguien de su estatus social aprender a tocar el bajo? No le serviría para nada en la vida, estaba claro, y, para gusto de la diseñadora de moda, era una forma muy tonta de malgastar el tiempo. Además, si eso significaba que había estado contándole la verdad, no estaba con el hijo de Hannah Abadeer, y entonces sí que era seguro que iba a ir sola al baile. Le parecía increíble que a ella le importara más que a su hija las repercusiones sociales que implicaban aparecer sin pareja. Y cuando decía increíble, realmente se refería a que no se lo podía creer, sobre todo al ver la forma en la que el pelinegro se la miraba cuando la rubia ponía todo su esfuerzo en hacer sonar una sola nota. El ambiente se había vuelto incómodo cuando los dos se habían dado cuenta que Donna estaba apoyada en el marco de la puerta, y ella se tuvo que ir. Pero esta vez no se había quedado pensando, estaba claro que hacía rato que habían dejado de interesarse por el instrumento, y tan solo se habían quedado conversando, cada uno con sus respectivos gatos medio dormidos en la falda. A la ex-modelo no le sorprendió; nadie hubiera podido hacer una clase de bajo que durara cuatro horas seguidas.
-¿Todo bien, mamá? –dijo la rubia, con una sonrisa-.
-No, solo me preguntaba cuando más iba a durar la clase, teniendo en cuenta que ya son las nueve y media y Paolo ya ha preparado la cena.
-¡¿Las nueve y media?! –exclamaron los adolescentes al unísono-.
-Entonces tengo que irme pero que ya –dijo el chico, despertando a Schawelle al cogerla descuidadamente-.
La gatita blanca se puso a arañarlo, molesta por haber sido despertada. Se quedó colgada de su camisa mientras él intentaba separarla por la fuerza, repentinamente estresado. Fionna sonrió y le puso una mano en el hombro, tranquilizándolo al instante con su contacto. Acarició un poco a Schawelle hasta que se relajó y se dejó coger por la rubia, desenganchándose de su amo. La chica acarició a la gatita con una sonrisa, y Marshall se obligó a dejar de admirarla para poner el resto de material en la mochila. La rubia entonces lo miró, triste porque se tuviera que ir lo que parecía tan pronto, dirigió la vista a su madre, y tuvo una pequeña idea.
-Mamá, ¿se puede quedar a cenar? –preguntó, con una sonrisa-.
El adolescente, que justo acababa de girarse, se la miró sorprendido. Aunque seguía teniendo ganas de quedarse con ella, el que su madre estuviera presente le incomodaba un poco. Sabía por experiencia que con la gente del estatus social de Donna no podía ser él mismo, y no le apetecía fingir cortesía hacia alguien de morales tan distintas.
-No hace falta, Fi, no quiero molestar…
-Si no molestas, cielo, además, apenas conozco a los “amigos” de mi hija, y eso no puede ser –interrumpió la madre, intentando que no se le notara que no se acordaba de su nombre-.
-Pero ya tenéis la cena hecha y no quiero quitarle comida a… -empezó a intentar escabullirse, antes de ver la mirada suplicante de Fionna. En cuanto vio esos preciosos ojos azules hablándole, supo que la batalla estaba perdida-. ¿Seguro que no molesto?
-En absoluto –respondió la chica, con una sonrisa-.

Lo único que se escuchó en los primeros minutos fue el incómodo silencio que había en la mesa, pero todo cambió cuando el chef italiano dejó ante cada uno de ellos el impecable risotto, abriéndole a Marshall un agujero en el estómago que clamaba comida y que se había olvidado por completo de que la diseñadora de moda seguía de intrusa en una cena que le habría encantado que hubiera sido solo para dos. Fionna no tardó dos segundos en exclamar “¡Que aproveche!” y empezar a comer, deleitándose con el sabor. La observó con una sonrisa, antes de reparar de que en el plato de la rubia había más cantidad que el suyo propio y que la ex-modelo apenas tenía media ración. Esta última chasqueó la lengua en disgusto; también se había dado cuenta.
-Fionna, no te cabrá el vestido el domingo si comes tanto –comentó, causando la indignación del chico; y antes de que pudiera decir algo en defensa de su amiga, esta respondió-.
-Mamá, no quiero discutir con Marshall delante –zanjó, llenándose la boca de risotto de forma infantil y desafiante-.
El bajista se quedó levemente embobado con lo adorable que le parecía la rubia en ese momento, y él mismo interrumpió el rumbo de sus pensamientos. Había notado la mirada escrupulosa de Donna, que más que observarlo, lo registraba y juzgaba. Eso lo intimidó un poco, aunque jamás lo admitiría, y se concentró en disfrutar al máximo el manjar que estaba delante suyo.

A Fionna empezaba a molestarle el constante traqueteo de los cubiertos contra la vajilla sin oír nada más que a Paolo silbar mientras limpiaba la cocina de lo que había usado para hacer el delicioso plato. “¿Es que no va a molestarse en abrir la boca e intentar conocerlo?” Como leyéndole el pensamiento, Donna se limpió cuidadosamente la boca con la servilleta de tela y, dejándola sobre su regazo, le dirigió una mirada de interés al bajista.
-Bueno, Patrick, ¿cuántas veces vienes a darle clases de bajo a Fi?
Ni era el tema que la rubia habría esperado que sacaría, ni le había pasado por alto que hubiera empleado el nombre del quarterback. Y la mirada de Marshall le decía que él se había quedado igual de desconcertado por el repentino cambio de nombre.
-¿…Patrick? –murmuró el chico, volviendo a mirar a la chica, preguntándole horrorizado con la mirada si se parecía tanto a él como para equivocarse al llamarlo-.
-Mamá, se llama Marshall –empezó, algo avergonzada-. Y dudo que Patrick me viniera a dar clases de bajo.
-Sobre todo porque es un negado en música, no querrías oírlo cuando le viene la inspiración y empieza a cantar Adele a grito pelado, da pesadillas, Fi –mintió, con una media sonrisa, consiguiendo hacerla reír-.
Fionna habría jurado que PG cantaba bien, teniendo en cuenta sus recuerdos y su única “cita” con él, pero esa imagen mental había podido con ella. La sonrisa del chico se ensanchó al oír la melódica risa, y sus miradas se cruzaron de nuevo, con una extraña atracción.
-Bueno, ¿Cuántas veces le vienes a dar clases? –repitió la mujer, intentando empezar la conversación de nuevo-.
-Dos por semana –contestó, cortés a pesar de que le fastidiaba que interrumpiera esos pequeños momentos-, aunque esta no había podido venir por los exámenes.
-Ya casi no me acordaba... ¿Qué tal te fueron los exámenes, Fionna?
-Bastante bien, solo suspendí mates.
-Así que ahora sí que es seguro que vas a ir al baile, ¿no? –su hija asintió con la boca llena de risotto- Y tú, Mario, ¿Qué tal los exámenes?
El chico continuó comiendo, sin darse cuenta de que le hablaba a él hasta que no vio a la adolescente taparse la cara con las manos, sonrojada de vergüenza.
-¡Se llama Marshall! –exclamó ella-.
-¿…Tan difícil es mi nombre? –preguntó el chico, confundido, empezando a pensar que la mujer se equivocaba a propósito-.
-No es eso, oh, lo siento  -empezó a disculparse, viéndose afligida de verdad-. Es solo que tengo la cabeza en demasiados sitios a la vez; entre mi nueva colección, las llamadas de trabajo, el baile… -insistiendo en la última palabra, mientras se giraba a mirar a Fionna-.
La rubia no se dio cuenta de la mirada de la diseñadora; Cake se había empezado a restregar entre sus piernas, llamando su atención. La chica se la miró, preguntándole con la mirada que quería. La gata, exasperada por la falta de comunicación, saltó al regazo de su ama y casi se lanza a comer su plato. Fionna la paró a tiempo, y entendió enseguida que la gatita tenía hambre.
-Ay, me había olvidado de ponerle la comida a Cake. Enseguida vuelvo –anunció, con una sonrisa, mientras se iba la sala-.
Otro silencio incómodo se formó con rapidez, y el pelinegro continuó comiendo, esperando que Fionna volviera antes de que a su madre se le ocurriera empezara a interrogarle. Para su mala suerte, Donna no tardó en romper el ambiente con, efectivamente, una pregunta.
-¿Y tú vas a ir al baile?
-No creo…
-¿Por qué no?
-Tengo mis razones –respondió con sequedad-.
-¿Te han ido mal los exámenes? –insistió, decidida a averiguar el motivo-.
-No.
Ninguno de los dos habló por unos segundos, y Marshall deseó que continuara así. Pero enseguida supo de quien había sacado Fionna su tozudez.
-¿Es porque no tienes pareja? –preguntó, antes de dejar una indirecta-. Quizás podría ayudarte en eso…
-No es eso –contestó, empezando a exasperarse-.
-Entonces por qué…?
-Ya se lo he dicho, tengo mis razones –volvió a interrumpir él, esperando que se rindiera-.
-Ya lo tengo –dijo la mujer, ganándose una mirada curiosa por parte del adolescente-. No tienes nada para ponerte –Marshall suspiró, deseando que dejara el tema-.
-No iría aunque tuviera…
-No tiene que darte vergüenza, por ser un chico no significa que no tenga que preocuparte lo que llevas puesto –explicó, convencida-; sobre todo en una ocasión tan importante para vosotros. Mira, yo podría aconsejarte un traje.
-No creo que tengamos los mismos gustos…
-No, si eso ya lo veo –dijo, con un poco de desdén-. Nunca permitiría que mi hijo se hiciera semejante destrozo en el pelo. Pareces un cualquiera que intenta copiar algún estilo rockero sin éxito. De verdad, es una pena, con el pelo tan bonito que tienes…
-Lo que yo haga o deje de hacer con mi pelo es cosa mía –le discutió, algo más descortés, pero es que ya estaba empezando a molestarse de verdad-.
-Podría asesorarte un poco –comentó la ex-modelo-. Deberías considerarlo, no todos tienen la oportunidad de que “Donna Mertins” se ofrezca a ayudarles.
-Creo que voy a rechazar la “jugosa” oferta –repuso, sarcástico, antes de continuar con más seguridad en su voz-. Me gusta mi estilo.
-¿Cuánto verde tienes en el armario? Porque de verdad creo que con tu tono de piel y pelo, el verde esmeralda te quedaría espléndido.
-No soy mucho de verde –dijo él, intentando, desesperadamente, cortar esa extraña conversación-.
-Pues para el baile podrías probarlo, un esmoquin negro con detalles verde esmeralda y la corbata también de ese color… Sí, realmente te quedaría fabuloso –continuó ella, esperando que le hiciera caso de una vez-.
-Muchas gracias, pero no voy a ir al baile, y no necesito tu ayuda en asuntos de moda –zanjó él, centrándose en el plato para hacer más evidente que no pensaba continuar hablando-.
-¿Sabes?, a Fionna también le queda genial el verde esmeralda, su vestido va a ser de ese color –dejó escapar, pensando que era la indirecta más directa que podía decirle-.
Marshall no pudo evitar que ella apareciera en su mente, por mucho que se empeñara en concentrarse en el risotto; eso Donna lo vio y sonrió, satisfecha. Estaba claro que el chico solo necesitaba un pequeño empujón, pero aun así, sabía que estaba fuera de su alcance que se decidiera. En ese momento ella volvió, con una sonrisa y disculpándose desde el momento que cruzó la puerta.
-Perdón por tardar tanto, es que Cake y Schawelle se han empezado a pelear por la comida y… -Se calló al ver que Donna se cruzaba con ella, saliendo de la habitación-. ¿Dónde vas, mamá?
-Ya he acabado de comer, estaré en mi despacho si necesitáis algo. Hasta mañana, cariño –se despidió con una sonrisa y le dio un beso en la mejilla a su hija, quien se quedó sorprendida de su actitud maternal-. Hasta la próxima, Marshall.
El chico se quedó mirando el vacío de la puerta, molesto. “Ya está confirmado, las dos otras veces se ha equivocado aposta” pensó. Fionna se volvió a sentar en su sitio, y miró extrañada a su amigo.
-¿Qué me he perdido?
-Nada, un silencio incómodo y raro –mintió; sería demasiado trabajoso explicarle la extraña charla que habían tenido-.
-¿Y se ha aprendido tu nombre en ese silencio? –inquirió, con media sonrisa-.
-Parece que sí –dijo, también sonriente-. ¿Qué decías?
-Oh, sí, que han empezado a pelear por que Cake se pensaba que le había puesto más a Schawelle y…
Marshall casi ni sabía lo que le explicaba, volvía a estar perdido en su dulce voz. Sin el peso de la mirada de Donna podía volver a ser él completamente, y supuso que fue eso que le hacía sentir tan ligero, aunque el hecho que fuera Fionna quien lo miraba a través de esa sonrisa también podría estar influyendo en ese extraño calor que sentía en su interior. Cuando la rubia le preguntó algo, con una sonrisa, el chico decidió que ya aceptaría la verdadera razón en casa; no quería que sus pensamientos rompieran ese momento.
SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII! AQUÍ LO TENÉIS!! Y ANTES DE QUE SE ACABE EL FIN DE SEMANAAAAA!! :iconyeahplz:

Vale, no voy a alargarme mucho, por que lo que os interesa de verdad lo acabáis de leer, así que... solo comentaré un par de cositas!

1) Patrick por fin está volviendo a ser él, por mucho miedo que le tenga que sus amigos se vuelvan enemigos y... sí, sigue la tregua con Marsh; aunque aún falta trabajo con él para que le diga a todos que en realidad si le gusta el rosa de su pelo y le encanta cocinar :iconyaomingplz:
2) FIOLEE PARA VOSOTROOOOOOOS! Espero que los momentos cucos y fluffys sirvan para enmendar la espera! ^^ De verdad, son una cucada de escribir...
3) Donna hace el papel que toda madre debe hacer, no me/la miréis así! Y sí... Se ha equivocado de nombre a propósito, al menos la segunda vez. No la primera, la primera es costumbre; ningun chico había ido a cenar menos Patrick y... bueno, pasa lo que pasa :icontrollfaceplz: peeeero la segunda vez ya es por sacar una reacción, quiere saber como será el próximo novio de su hija (sí, ella lo ve así) y cuando te sorprendes no puedes fingir tan fácilmente...
4) Este capítulo no hubiera sido lo mismo (es más, ni lo hubiera podido colgar a tiempo, así que ID A ABRAZARLA) sin la fantasticosa :iconshinywings1: !!! Me ha ayudado MUCHÍSIMO, es más, hay fragmentos del principio de la cena que tienen más huella suya que mia... MUCHAS GRACIAS!! Te enviaría un gaticornio por aquí pero  no se como XD 
5) Yyyyy por último pero no menos importante, también me ha ayudado muchísimo mi hermana, cuando yo estaba haciendo deberes que me mantenían las manos ocupadas, ella se sentaba a mi lado, cogía mi portátil e iba escribiendo según le dictaba o improvisaba.... Hay un momento cuco que también es más suyo que mio.... pero no os preocupéis, sigo siendo yo la mente criminal de todo esto XD


Y por último, quería pediros perdón. No os merecéis que tarde tanto en colgar cap., pero... supongo que, de las veces que me llevo disculpando, ya sabréis que hay otras cosas que me mantienen completamente ocupada y no tengo tanto tiempo para escribir... Muchísimas gracias a todos los que siguen mi fanfic, sin vosotros esto no sería nada!!! 

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flopyh97's avatar
''-No, si eso ya lo veo –dijo, con un poco de desdén-. Nunca permitiría que mi hijo se hiciera semejante destrozo en el pelo. Pareces un cualquiera que intenta copiar algún estilo rockero sin éxito. De verdad, es una pena, con el pelo tan bonito que tienes…'' ¡Cállate Donna! ¿Qué sabras tú de moda? Okno, juro que la odie! Marshy es perfectirijillo con su estilo!